Me perdí. Sí, estaba seguro de saber a donde iba, pero me perdí. Y acabé llegando a este lugar, después de mucho caminar. A este lugar donde nunca se vé el sol. Al principio, como todos los comienzos era duro. Pero acabé acostumbrandome, o eso pensaba. Creí que podría vivir sin el sol. Bastaba con no pensar demasiado en él. Con el tiempo todo sería distinto. Y parecía que lo había logrado. Vivía el día a día.
A veces, la soledad, venía a tomar unos tragos a casa y nos haciamos compañia. No hablabamos mucho, tal vez lo justo, algun monosílabo que nos recordara que estabamos vivos, que estabamos allí. En otras ocasiones, venía con amigos. Monotonía y Don Recuerdos, eran los más habituales. Y los cuatro juntos jugabamos largas partidas de cartas, en las que nadie ganaba, pero aparentemente tampoco perdía nadie. A veces, Don Recuerdos, gustaba de quedarse un rato más, cuando el resto se habian ido, y hablabamos, o sería más justo decir, que él hablaba y yo escuchaba, pues Don Recuedos, era amigo de contar antiguas historias, tal vez para que no se olvidaran, no lo se. Yo conocía todas esas historias, pues eran mías, Don Recuerdos me contaba aquellas anécdotas como suyas, aun sabiendo que yo no las había olvidado, y que jamás renunciaría a su tutela. Eran lo único que me quedaba del sol. Y así pasaban los días, con la compañía de la soledad, de la monotonía y de Don Recuerdos.
En ocasiones, cuando me quedaba a solas, me pasaba horas leyendo bajo potentes lámparas, falsos simulacros del sol, historias que les ocurrian a otros, y de las que jamás me sentí protagonista. Pero aquellas lámparas, aquellos simulacros invalidos del sol, sólo estuvieron muy cerca de calentar. Tampoco importaba demasiado, porque olvidé deciros, que siempre fuí el guerrero autosuficiente. Plenamente seguro de cada paso, de cada decisión. Hasta que un día llego una carta, algo amarillenta, a partes iguales por el tiempo y por el sol.
- Hola, veo que has recibido una carta, dijo Don Recuerdos, como aparecido de la nada.
- No te vi llegar, le dije.
- Nunca me he ido...
- Si, eso lo sé.
- Es del sol?
- Si, es suya.
- Sabias que este día llegaría, verdad?
- No lo sé... Supongo que me negué que así fuera.
- ¿Que vamos a hacer? preguntó, mientras miraba al suelo.
- Esperaba que tú me dieras esa respuesta.
- ¿Yo? yo solo sé hablar del pasado, me alimento del presente y no entiendo de futuro.
- No importa, el futuro no existe. No para nosotros al menos.
- Eso es algo que sabía hace tiempo, pero no te lo quise contar.
- ¿Porque?
- Quería que lo descubrieras por ti mismo. De otro modo nunca me habrias creido.
- Eso es cierto...
- Y si ahora lo entiendes ¿Porque lloras?
- No lloro, respiro, deberias saberlo.
- ¿Vas a rendirte?
- No, eso lo hice una vez hace tiempo, y jamas debí hacerlo. El sol nos amaba por lo que eramos, y sé que en el fondo seguimos siendo lo mismo. Y si él ha sobrevivido entre los escombros tanto tiempo, nosotros seguro que támbien. Solo debemos salir de nuevo.. ir de nuevo a la luz.
- Lucharas contra gigantes.
- Lo sé, pero lo necesito, sabes que yo solo no seria capaz de aplastarme, necesito ayuda de un rival más fuerte que yo.
- ¿Puedo pedirte un último favor?
- Claro.
- Dejame quedarme esta noche...
- Iba a pedirtelo yo.